Thursday, October 20, 2011

ESTAS PENSANDO EN SUICIDARTE

El suicidio no lo provocan causas externas. Todo lo más, estas pretendidas causas activan el interruptor de los resortes internos que realmente lo generan. Cioran, que sabía de esto por experiencia propia, así lo afirmaba: “Los seres humanos no se suicidan nunca por razones exteriores, sino a causa de un desequilibrio interno, orgánico”. Nuestro interior, abandonado a sí mismo, discurre hacia la melancolía y, en el extremo, entre otras cosas, hacia el suicidio. “Mi melancolía es la más fiel amante que he conocido”, decía Sören Kierkegaard, otro espíritu atormentado y experto en estos temas. De la mano del mundo y de las tareas que él nos da, nos situaríamos, por el contrario, en el extremo opuesto, el que nos empujaría hacia la vida, incluso, si las cosas van bien, hacia la dicha, una prolongación, una sofisticada reelaboración de la angustia que habita en nuestro interior, una vez que consigue reconvertirse en satisfactoria actividad mundana. “La dicha COSAS QUE DEBERÍAS SABER SI ESTÁS PENSANDO EN SUICIDARTE–decía también Kierkegaard– no es ninguna categoría del espíritu, y por eso allá dentro, muy dentro, en lo más hondo y oculto del corazón de la dicha, habita también la angustia que es la desesperación”. Mientras que la melancolía que antecede al suicidio sería una especie de explosión o desenfreno hacia dentro, “la puerta de la dicha se abre hacia fuera”, añade Kierkegaard, que culmina esta reflexión afirmando en otro lugar que “el suicidio es la consecuencia existencial del pensamiento puro”, es decir, el pensamiento sin contenidos mundanos, sin cauces para ser expresado aprovechando las formas, los recursos que oferta la realidad exterior.

Emil Michel Cioran explica en su libro “En las cimas de la desesperación” cómo estuvo a punto de suicidarse, y que fue precisamente el hecho de abrirse al mundo (“confesar”, dice él) escribiendo el libro lo que evitó que llegara a hacerlo: “Es evidente que, de no haberme puesto a escribir este libro a los veintiún años, me hubiese suicidado”. Y más adelante da la explicación: “¿Por qué no podemos permanecer encerrados en nosotros mismos? ¿Por qué buscamos la expresión y la forma intentando vaciarnos de todo contenido, aspirando a organizar un proceso caótico y rebelde? (...) Siempre es peligroso refrenar una energía explosiva, pues puede llegar el momento en que deje de poseerse la fuerza necesaria para dominarla (...) Existen estados y obsesiones con los que no se puede vivir. La salvación ¿no podría consistir en confesarlos?”.
COSAS QUE DEBERÍAS SABER SI ESTÁS PENSANDO EN SUICIDARTE
“Vivir significa tener que ser fuera de mí”, confirma, en este sentido, Ortega y Gasset. “Lázaro, ¡sal fuera!”, dijo precisamente Jesús a aquel amigo muerto (quizás sólo psicológicamente muerto) al que con tal exhortación hizo volver a la vida. La misma fuerza que, imposibilitada de salir hacia el mundo, bulle en nuestro interior, bien como angustia o bien, ya mortecina, como melancolía o depresión profunda, si encuentra una vía de salida, una finalidad o tarea en el mundo por la que discurrir, se convierte en el combustible que hace funcionar la vida. Por eso decía María Zambrano que “el hombre es así el ser que se constituye en vista de una finalidad”. Podemos discurrir en el mundo si tenemos un “para qué”; sin él, nos quedaremos enclaustrados en nuestro interior. Cioran, como de costumbre, lo dice de una manera más hermosa: “La melancolía es el estado onírico del egoísmo”. Al melancólico, dice asimismo Kant, “le interesan poco los juicios de los otros, lo que éstos toman por bueno o por verdadero, y se apoya sólo en su propio criterio”. Y Ortega delimitaba así el marco vital que significó el Romanticismo: “El romanticismo significa la moderna confusión de las lenguas. Es un ‘¡sálvese quien pueda!’. Cada individuo tiene que buscarse sus principios de vida –no puede apoyarse en nada preestablecido. ¡Adiós dulzura, suavidad, quietud!”. Se saldrá, pues, de la melancolía en la medida en que por encima del interés particular e inmediato, el que movía (o más bien paralizaba) a los románticos, aparezcan otros que obliguen a trascender de sí mismo, a universalizar los motivos que nos llevan a las personas a actuar.COSAS QUE DEBERÍAS SABER SI ESTÁS PENSANDO EN SUICIDARTE
El Romanticismo fue el movimiento cultural más específicamente vinculado a la melancolía. Como figura destacada suya, Novalis, por ejemplo, llegó a dar esta melancólica definición de la vida: “La vida es el comienzo de la muerte. La vida es por mor de la muerte”. Los artistas románticos parecieron condenados a recorrer rápidamente ese camino que lleva hasta la muerte: bien porque se suicidaban o porque la enfermedad (de manera arquetípica, la tuberculosis) daba expresión a su escasa vinculación con la vida, tendieron en gran número a morir muy jóvenes. Cuando surgió el Romanticismo, Kant, precisamente, acababa de dar cabal expresión filosófica al descubrimiento en el que la Modernidad había estado empeñada: el del yo como responsable de la propia vida. El mundo estaba ahí afuera dispuesto a tomar la forma que nosotros le diésemos. El mundo, venía a decir Kant, no era nada sin nosotros, sin cada uno de nosotros. O si era algo, si era un “mundo en sí”, nunca llegaríamos a saber lo que era (siempre habrá en las cosas zonas veladas a nuestro conocimiento). Vivimos, seguía diciendo, sobre un mundo que construimos nosotros a partir de algo incognoscible, aunque sustancialmente maleable, que se nos aparece como “un caos de sensaciones”. Esa nueva responsabilidad que adquiríamos los individuos de ser protagonistas directos de nuestra vida, de lo que habíamos de hacer en un mundo que aceptaba en gran medida ser la respuesta a nuestras propias pretensiones, los románticos la interpretaron de una manera radical: el hombre no había nacido para aceptar el mundo, sino para crear un mundo propio. El mundo no era nada; el yo lo era todo. El yo, sus deseos, sus aspiraciones (utópicas cuando no se tiene suficientemente en cuenta a la realidad exterior), pasaron al primer plano, ignorando que Kant también consideraba al individuo súbdito del reino de lo general, y como hacia fuera no había para ellos nada que crear, porque todo el poder creador estaba en el interior, los románticos buscaron cómo dirigirse directamente hacia ese mundo interior que los hombres habíamos dejado relegado u olvidado.
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De esa manera, el romántico inauguró el afán por desviarse hacia lo irreal: la noche (a la que Novalis dedicó un Himno), el sueño, los estados alterados de conciencia, la naturaleza desprovista de todo aditamento civilizador… Mientras tanto, la parte de sí que en el romántico daba a la realidad, una realidad despreciada y vituperada, caía en el “spleen”: así se llamó al estado de ánimo caracterizado por la melancolía sin motivo y la angustia vital; en suma, la desesperación o, cuando menos, esa forma de desesperación con sordina que es el aburrimiento. Cuenta Lord Byron (1788-1824) que se aburría tanto que ni siquiera tenía fuerza para pegarse un tiro. Novalis escribía: “buscamos por doquier lo absoluto y siempre sólo encontramos cosas”. Descendiendo a lo interior, los románticos renunciaban al mundo, incapaz de darles las respuestas extremadamente personales que buscaban.
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El Romanticismo impregnó todo el arte posterior hasta nuestros días. Pedro Casariego Córdoba, poeta español de ahora mismo (1955-1993) también dejó dicho: “Sólo existe el artista interior, sólo se puede ser artista secreto, la comunión todo lo mancha (...) ¡El artista debe crear dentro de sí mismo!”. Consecuente con estos principios románticos, el 8 de enero de 1993 se arrojó al paso del tren en Aravaca, barrio de Madrid. Hegel había afirmado que este descenso hacia lo interior era característico de aquél “que no quiere dignarse a actuar y a producir en la realidad porque teme ensuciarse mediante el contacto con la finitud”. Pero vivir exige ese contacto con lo finito, aterrizar en ello nuestro ansia de infinitud.
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Como tantas veces, Cioran puso las mejores palabras para describir y diagnosticar tanto la vertiente de este tiempo que da a ese arte ensimismado al que se refería Pedro Casariego como la que deriva hacia el estado de ánimo que impregna una época que ha optado por desdeñar la realidad: “Agotados los modos de expresión, el arte se orienta hacia el sin sentido, hacia un universo privado e incomunicable. Todo estremecimiento inteligible tanto en pintura como en música o en poesía, nos parece, con razón, anticuado o vulgar. El público desaparecerá pronto: el arte lo seguirá de cerca. Una civilización que comenzó con las catedrales tenía que acabar en el hermetismo de la esquizofrenia”.

¿Queda algo por hacer?
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Lord Byron, romántico conspicuo, que empezó su carrera como portavoz en el Parlamento, escribió lo siguiente: “Yo mismo, gracias a la bondad de la indiferencia, he reducido mis opiniones políticas al desprecio de todos los gobiernos existentes (…) no creo que la política merezca tener una opinión (…) Mi convicción política es lo único en lo que me he mantenido consecuente, y esto se debe probablemente a mi total indiferencia respecto al tema” (16 de enero de 1814). Por contraste, Byron dejó así apuntada una posible salida a esta sobredosis de ensimismamiento que caracteriza nuestra cultura: se trataría de regresar a la realidad, descubrir que es en ella, no en el solipsismo, donde encontraremos respuestas, las únicas que están a nuestro alcance. La vida es una tarea, algo que parte de nuestra intimidad pero que ha de realizarse en la circunstancia. “Yo soy yo y mi circunstancia –todos sabemos ya quién lo dijo–, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.COSAS QUE DEBERÍAS SABER SI ESTÁS PENSANDO EN SUICIDARTE

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